viernes, 24 de junio de 2011

Incultura e inculturas

Propongo que pensemos en qué se nos viene a la cabeza cuando nos topamos con la palabra incultura. Probablemente imaginemos a alguien que no sabe ubicar a Estados Unidos en el mapa terráqueo o que no sabe ubicar el Quijote en la historia de la literatura (versión pedante: que no sabe dónde estuvo el imperio asante o que no distingue entre el uso de "mayor que" y "más mayor que"). Pues... estaríamos en lo cierto, pero nos dejaríamos muchas cosas fuera del tintero a causa de nuestra estrechez de miras.

Yo no soy un forofo del fútbol, pero reconozco que no tener cultura futbolera me vuelve inculto socialmente y afecta a mis relaciones con otras personas. Por supuesto, mi argumento es que ni me interesa el fútbol ni afecta a mi relación con la gente con la quiero relacionarme. Pero mi intención no es juzgar ese comportamiento, sino razonar que ciertamente existe una afectación en este caso (-¿Conoces a Casillas? -¿Quién es ése? -Tío, en qué mundo vives). Claro que hay inculturas más chics, como la incultura arquitectónica o la matemática. Por alguna razón, estas dos últimas áreas del conocimiento no son ampliamente reconocidas como inculturas. Siguiendo este razonamiento, también existen inculturas de todos aquellos temas que afectan a la sociedad actual, incluyendo aquí los que acaso debieran interesarnos por modificar nuestra visión del mundo inminentemente, como la biotecnología, o por haberlo modificado profundamente, como la historia del catolicismo. La llegada al absurdo o la duda del concepto de incultura puede darse cuando los ejemplos se llevan a áreas que no tienen que ver con la sociedad de un individuo, como la "incultura" referida a los métodos de pseudo-agricultura estacional de no sé qué tribu seminómada de Nueva Guinea.

Quizá la peor incultura y la menos aceptada es la de los tópicos. Un español puede decir que un estadounidense no tiene ni pajolera idea de geografía y quedarse tan ancho. Y podrá ser cierto en porcentajes y estadísticas, pero eso no quiere decir que reflejen situaciones particulares. Este ejemplo era sencillo, pero hay otros que tienen más chicha. Un estadounidense puede decir, en su desconocimiento absoluto de la historia de España, que España va bien ahora por el oro americano, y un inglés rebatirlo diciendo que el oro se lo llevaron los piratas; y yo decir que menuda discusión de besugos sin saber que no sé qué autor tergiversó la historia que yo conozco... El problema que subyace aquí, además de que uno pueda estar más o menos versado en historia, es la falta de razonamiento, la aceptación del tópico y, con ello, la afirmación de una incultura inconsciente y aún más, de un deseo de ella.

Así que, cuando pienso en la palabra incultura, me llama la atención que si hablo de literatura (por ejemplificar), gente que sabe un montón de automóviles se amilane un poco, y también que si hablo de, supongamos, la teoría de Choisy sobre la construcción de las pirámides de Egipto, me llamen culto.

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